26 jul 2012

El encuentro con La Fuerza: un encuentro con nosotros mismos, por María




Se dio cuenta de que estaba sola. Lo pasado quedó atrás, y en ese instante solo el silencio la acompañaba en el agreste paisaje lleno de hierbas y de piedras, de viento y de quietud. Era todo tan grande, tan imponente, que se sintió muy sola en el encierro de la inmensidad.

Lentamente comenzó a moverse, y ahí, cerca suyo, percibió la respiración de la bestia. Sus miradas se cruzaron, y la piel se le erizó de miedo. Y en la larga incertidumbre de su quietud, empezó a repasar quién era: ante sus ojos pasó su ira, y también su compasión, su debilidad y su fortaleza, su lujuria y su sensibilidad, su creatividad y su limitación. Pero tuvo paciencia consigo misma.
Con el tiempo, y lentamente, siempre seguida de los ojos de la bestia inmóvil, se atrevió a buscar cobijo y alimento, y poco a poco, el lugar agreste, se llenó de flores. Y llegaron las aves y las mariposas, el sol acarició la hierba y los insectos ansiosos de néctar y de calor sobrevolaron la vegetación y su cabello. Supo entonces, que el feroz animal también tenía ansias de ser
domesticado.
Con el paso de los días fue acercándose lentamente y le proveyó alimento. Pudo después acercar su mano temblorosa a su cabeza y entendió que la fiereza que mostraba escondía un corazón ansioso de ser comprendido.  Y cuando entendió que eran de la misma naturaleza, sintió un profundo amor por él.
Fue entonces cuando decidió llevar sus pasos al arroyo que cantaba cercano. Al llegar, sumergió sus manos en el agua cristalina y el espejo del lago le devolvió una imagen sobrecogedora: dorado, salvaje y orgulloso, dócil y hermoso, se reflejaba el rostro del león con su melena acariciada por el viento. Sobrepuesta a la imagen estaba también su rostro pálido, y comprendió que el león y ella eran ahora uno solo.

Se levantó y cubrió a la bestia con las flores que adornaban su cintura, suavemente se acercó a sus oídos y le susurró su canto, y sus manos confiadas tocaron sus fauces. Ella tenía la fuerza del león gracias a su trabajo paciente y sincero, él tenía su docilidad y dulzura gracias a que fue integrado y entendido.
He aquí la verdadera Fuerza: el trabajo paciente de descubrirse, la sabiduría de comprender que no somos sólo esa parte limitada y dura que mostramos a los demás, sino que en nuestro interior vive lo mejor, lo más profundo y lo que nos hace quienes somos. La Fuerza reside en poder transitar en paz los antagonismos y las contradicciones supuestas que conviven en nuestro interior, y al descubrirlas y recrearlas en algo bello, podemos conectarnos con los demás desde la mansedumbre y la apertura. En La Fuerza conviven la perseverancia y la verdad, la unión y la integración sabia de nuestro ser interior, la paz, la alegría y la belleza de la verdad al atrevernos a ser quienes somos.
La experiencia de La Fuerza nos permite recorrer cualquier camino con la convicción de que alguien muy poderoso nos cuida y nos ama permanentemente: ese león inefable, somos nosotros mismos.
Si eres dócil y flexible ante la vida, si no temes verte en tu interior y no juzgas a quienes tienes a tu alrededor, si puedes siempre volver a empezar con optimismo y paciencia, tienes La Fuerza.