2 jun 2012


La Parábola del Hijo Pródigo:
El descubrimiento de quienes somos y la plenitud encontrada en la experiencia
Por María
                                                               
Posiblemente los peores errores de nuestra vida, son los que no cometemos


“Me levantaré, iré y le diré: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti, y no merezco ser llamado hijo tuyo”. Ese es el momento del milagro. En ese mismo instante, se quebró lo viejo y emergió el verdadero ser: “me levantaré”…
Para algunos, la parábola del hijo pródigo es desconcertante. El hijo rebelde, aventurero, derrochador, licencioso termina siendo premiado y celebrado por su regreso a casa, y el hijo servicial, trabajador, obediente siente que no tiene premio alguno.
Cuando tenemos estrechez de espíritu, la narración nos deja con mal sabor en la boca… Nos sentimos siendo ese “hijo bueno” de la vida que no obtiene los beneficios merecidos. Nos preguntamos de qué sirve llevar una vida rigurosa, si el premio lo obtienen los demás. Es que la respuesta, justamente, no está en el rigor. Tampoco en la ignorancia. No puedo comprender o juzgar a otro si yo no me he probado a mí mismo.
Mantener una vida sin tacha, es un valor indiscutible. Pero aquel que se ha quebrado en mil pedazos y se ha permitido rehacerse nuevo, con la sabiduría y la humildad necesarias, ha realizado un trabajo mucho más arduo y más profundo. Dijo Jung: “a veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo”.
El sentir que tenemos frente a esta parábola, también nos llama a reflexionar sobre la percepción y la vivencia que tenemos de Dios. ¿Es Dios esa figura paternal que juzga intransigentemente y que no permite la experiencia del ser? Tal vez ese Dios se parezca más a cómo somos como personas con nuestras limitaciones y defectos, que al Dios del Amor Infinito.

Cada quien va eligiendo su camino a medida que avanza. Quien no camina, quien no se arriesga, quien no se cansa o se ensucia con el polvo del camino, se quema con el sol o tirita con el frío, y en cambio, se queda bien abrigado en su pequeño rinconcito, no llega a ver desde las cimas más altas de la consciencia. Y, quienes nunca se atrevieron a cambiar observan desde ese pequeño rincón, o juzgan a quienes, polvorientos, pasan por el sendero, es un acto de soberbia y de desconocimiento. Hay que tener más valor para perderse y encontrar el camino de regreso, que para nunca irse del hogar.
El hijo pródigo finalmente vuelve… ¿pero vuelve al mismo lugar en estuvo?
He aquí una gran enseñanza dentro de la enseñanza: el lugar espiritual a donde vuelve es totalmente diferente. Su hogar ha cambiado porque él ha cambiado. Por eso cambia su estatus. Porque ya no es el mismo, ha crecido, ha cambiado, ha aprendido, y su último gesto de humildad es el que nos muestra que ahora su lugar y su espacio en él, es diferente.
De esta manera, su padre – nuestro Padre- lo festeja, lo inviste con “ropa nueva” y le regala “un anillo”. Quien fue el joven hijo, ahora es el Hombre Completo. Y como tal, con su nueva investidura, toma una nueva “alianza” con su vida. Aprendió a ser dueño de sus actos mediante el error y el dolor, y sabe que puede decidir, y aún equivocarse para poder rectificarse y conocerse a sí mismo.
En cambio su hermano, con el que a veces nos identificamos como “hijos fieles”, se quedó en el estadio de la inmadurez. Es verdad, nunca se alejó: pero tampoco creció o cambió en nada. En realidad siempre estuvo lejos de su verdadero ser. Por miedo o comodidad, se quedó con lo viejo, mientras su hermano, que se alejó del camino, hizo un propio camino de crecimiento, y hoy, está lejos, está a mayor altura. Aún bajo el mismo Padre, uno creció, se transformó y se hizo dueño de su propia vida; el otro simplemente se apegó a lo viejo, por eso no obtuvo nada nuevo, no obtuvo su “premio”.
Dos caminos diferentes: pero en ambos el objetivo debe ser el crecimiento y el cambio. Para eso estamos en la vida. Ni aún quedándonos como hijos fieles, podemos dejar de crecer y cambiar. Debemos ver y vernos. Y si hemos elegido el camino de andar por nosotros mismos, con nuestros propios pies y decisiones, nunca dejamos de ser Hijos amados. El Padre está a la espera y sea el que sea el camino que elegimos, si lo hacemos con la humildad suficiente para ver nuestros errores y transformarlos en virtudes, estamos en el verdadero hogar interior: estamos con el Padre verdadero porque estamos en el centro de nuestro ser.
Entonces … ¿Te atreves a ir por el camino de ser tú mismo?

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