La Parábola del Hijo
Pródigo:
El descubrimiento de quienes somos y la plenitud encontrada en la
experiencia
Por María
Por María
Posiblemente los peores
errores de nuestra vida, son los que no cometemos
“Me levantaré, iré y le diré:
Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti, y no merezco ser llamado hijo
tuyo”. Ese es el momento del milagro. En ese mismo instante, se quebró lo viejo
y emergió el verdadero ser: “me levantaré”…
Para algunos, la parábola del
hijo pródigo es desconcertante. El hijo rebelde, aventurero, derrochador,
licencioso termina siendo premiado y celebrado por su regreso a casa, y el hijo
servicial, trabajador, obediente siente que no tiene premio alguno.
Cuando tenemos estrechez de
espíritu, la narración nos deja con mal sabor en la boca… Nos sentimos siendo
ese “hijo bueno” de la vida que no obtiene los beneficios merecidos. Nos
preguntamos de qué sirve llevar una vida rigurosa, si el premio lo obtienen los
demás. Es que la respuesta, justamente, no está en el rigor. Tampoco en la
ignorancia. No puedo comprender o juzgar a otro si yo no me he probado a mí
mismo.
Mantener una vida sin tacha, es
un valor indiscutible. Pero aquel que se ha quebrado en mil pedazos y se ha
permitido rehacerse nuevo, con la sabiduría y la humildad necesarias, ha
realizado un trabajo mucho más arduo y más profundo. Dijo Jung: “a veces hay
que hacer algo imperdonable para seguir viviendo”.
El sentir que
tenemos frente a esta parábola, también nos llama a reflexionar sobre la
percepción y la vivencia que tenemos de Dios. ¿Es Dios esa figura paternal que
juzga intransigentemente y que no permite la experiencia del ser? Tal vez ese
Dios se parezca más a cómo somos como personas con nuestras limitaciones y
defectos, que al Dios del Amor Infinito.
Cada quien va
eligiendo su camino a medida que avanza. Quien no camina, quien no se arriesga,
quien no se cansa o se ensucia con el polvo del camino, se quema con el sol o
tirita con el frío, y en cambio, se queda bien abrigado en su pequeño
rinconcito, no llega a ver desde las cimas más altas de la consciencia. Y,
quienes nunca se atrevieron a cambiar observan desde ese pequeño rincón, o
juzgan a quienes, polvorientos, pasan por el sendero, es un acto de soberbia y
de desconocimiento. Hay que tener más valor para perderse y encontrar el camino
de regreso, que para nunca irse del hogar.
El hijo pródigo
finalmente vuelve… ¿pero vuelve al mismo lugar en estuvo?
He aquí una
gran enseñanza dentro de la enseñanza: el lugar espiritual a donde vuelve es
totalmente diferente. Su hogar ha cambiado porque él ha cambiado. Por eso
cambia su estatus. Porque ya no es el mismo, ha crecido, ha cambiado, ha
aprendido, y su último gesto de humildad es el que nos muestra que ahora su
lugar y su espacio en él, es diferente.
De esta manera,
su padre – nuestro Padre- lo festeja, lo inviste con “ropa nueva” y le regala “un
anillo”. Quien fue el joven hijo, ahora es el Hombre Completo. Y como tal, con
su nueva investidura, toma una nueva “alianza” con su vida. Aprendió a ser
dueño de sus actos mediante el error y el dolor, y sabe que puede decidir, y
aún equivocarse para poder rectificarse y conocerse a sí mismo.
En cambio su
hermano, con el que a veces nos identificamos como “hijos fieles”, se quedó en
el estadio de la inmadurez. Es verdad, nunca se alejó: pero tampoco creció o
cambió en nada. En realidad siempre estuvo lejos de su verdadero ser. Por miedo
o comodidad, se quedó con lo viejo, mientras su hermano, que se alejó del
camino, hizo un propio camino de crecimiento, y hoy, está lejos, está a mayor
altura. Aún bajo el mismo Padre, uno creció, se transformó y se hizo dueño de
su propia vida; el otro simplemente se apegó a lo viejo, por eso no obtuvo nada
nuevo, no obtuvo su “premio”.
Dos caminos
diferentes: pero en ambos el objetivo debe ser el crecimiento y el cambio. Para
eso estamos en la vida. Ni aún quedándonos como hijos fieles, podemos dejar de
crecer y cambiar. Debemos ver y vernos. Y si hemos elegido el camino de andar
por nosotros mismos, con nuestros propios pies y decisiones, nunca dejamos de
ser Hijos amados. El Padre está a la espera y sea el que sea el camino que
elegimos, si lo hacemos con la humildad suficiente para ver nuestros errores y
transformarlos en virtudes, estamos en el verdadero hogar interior: estamos con
el Padre verdadero porque estamos en el centro de nuestro ser.
Entonces … ¿Te
atreves a ir por el camino de ser tú mismo?
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